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De: Alessandro Triacca <triakka@hotmail.com>
Enviado: domingo, 18 de julio de 2021 08:12 a. m.
Para: Juan Sáenz de Tejada Urruzola <elamorensancha@gmail.com>
Asunto: Re: Primer escrito
Querido Juglar:
Me parece atinado que me hables de tu forma de aproximarte al mundo porque justo vengo de leer un texto ("The Thing") donde Heidegger también habla de eso, de la cercanía o la proximidad como algo que nada tiene que ver con aquello que nos está más próximo sino con aquello que, al aproximarse a nosotros, mantiene intacta la lejanía de sus elementos (Nearness preserves farness).
Y quizás este aproximarse desde la distancia, del cual tú y Heidegger hablan (estoy poniendo palabras mías en boca de ustedes, que es lo que hace un escritor que escribe y que es precisamente hacia donde yo quisiera aproximarme desde la distancia, desde este enorme golfo que se me abre bajo los pies cada vez que pienso en sentarme a escribir) me parece que es otra forma de nombrar al amor, porque amar es a fin de cuentas acercarse a eso que uno ama (persona, cosa, río) a sabiendas de que jamás podremos trascender del todo esta piel (este ser) que nos separa irremediablemente de lo amado, y entonces, visto así, todo verdadero amor estaría destinado al fracaso, aunque si uno persiste (como yo al escribir esto, si bien ayer tuve otro día malo, es decir, otro día desperdiciado en quejas; estaba desesperado o triste como león de circo y pensaba en voz alta que lo mejor sería decirte de una vez que interrumpamos esta farsa, que me dejes en paz, que ya no puedo o no quiero escribir, que me está haciendo daño, que perdí el norte o las ganas o el fuego necesario para escribir, que en mi desesperación me estoy llevando entre las patas a la gente que me rodea porque me he vuelto taciturno y pesado, sombrío, en este Sommières luminoso y amable donde por primera vez siento que no encajo del todo, porque por primera vez asumo que estoy deprimido o al menos sumamente extraviado), es decir, si uno tercamente cree en la proximidad (el amor) a sabiendas de que no hay posibilidad de fundirse y erradicar del todo la distancia, entonces la conclusión inevitable sería que, en realidad, lo que uno ama del amor no es tanto lo amado como aquello que lo amado genera en uno: el acto mismo de persistir ante el fracaso; el aproximarse desde lejos (siempre desde uno mismo) con la derrota asegurada, con la cabeza gacha y los ojos hinchados, sacando fuerza de las uñas o de una vieja promesa que nos hicimos a nosotros mismos (San Petersburgo, 2010, en mi caso), es decir, que tal vez lo que amo de escribir no sea la escritura en sí misma sino la fe (o el fuego) que habita en mi pecho y mis manos cuando consigo sentarme, por fin, a escribir algo como esto.