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de: Juan Sáenz de Tejada Urruzola <elamorensancha@gmail.com>
para: Alessandro Triacca <triakka@hotmail.com>
fecha: 25 jul 2021, 11:29
asunto: Re: Primer escrito
Querido hermano,
en nosotros -los seres humanos-, todo engorda con la edad. Todo: la masa corporal, el peso de los recuerdos y los traumas, el camino recorrido... (¿ya hablamos de esto, fumados, en Praga?) Mis intuiciones de la adolescencia (tendré problemas con el alcohol, no podré dejar de fumar, sufriré para escribir, nunca encontraré un trabajo, vagaré por el mundo...) crecieron y coparon mi realidad interior. Mi vida consiste en cumplir mi propia profecía. Luego vendrá la muerte, el sueño donde la profecía se acoplará consigo misma. Con los años, lo veo, engordan las barrigas, las inseguridades, los complejos, las adicciones. Por suerte, al mismo ritmo, engordan el amor, la humildad, la entrega, la generosidad, la conciencia. Yo era más flaco en México que ahora. Mis sueños eran intangibles en México. No estoy seguro de que mis sueños, en México, fueran realmente míos.
El martes pasado fui con mi padre al MAN (Museo Arqueológico Nacional). Una mujer joven, Sara, nos dio un tour sobre arte prehistórico. Tenía pinta, bajo la mascarilla, de ser guapa; cojeaba y lucía una peluca larga y lacia de color castaño claro. Nos enseñó pósters en los que se distinguían los estratos de la tierra: en lo más hondo se encontraban los huesos de los primeros animales -nuestros abuelos más remotos-; un poco más arriba estaban las herramientas de sílex del Paleolítico; más arriba, piedras de otras civilizaciones no tan lejanas, piedras del Templo Mayor o del Coliseo o de Delfos; encima de todo lo anterior estamos nosotros. Vi que, aparentemente, lo antiguo cae y lo nuevo se eleva, orgulloso e ignorante, sobre lo antiguo. Vi también que, en realidad, lo nuevo forma parte de lo antiguo, lo sublima, lo homenajea, lo engrandece.
Sara nos sacó del museo, nos condujo a una cueva -Sara cojeaba a toda prisa- y nos mostró una réplica del techo de la gran sala de los polícromos (Altamira, Cantabria), la Capilla Sixtina del arte paleolítico, una bóveda de 18 por 9 metros con pinturas de bisontes negros, rojos y ocres. Sara dijo que esa bóveda, la original, la de Altamira, había sido descubierta por una niña (vi a Lenú admirando un universo desconocido, la obra de un profeta), y también dijo que en el arte paleolítico sólo se representaban animales, los objetos de la caza, los objetos del deseo, y que sólo miles de años después, en el arte postpaleolítico, las pinturas empezaron a incluir figuras humanas, es decir, que en algún punto los seres humanos despertaron, maduraron, mordieron la manzana, fueron expulsados del paraíso y comenzaron a ser conscientes de sí mismos (vi a Lenú reconociéndose por primera vez en un espejo). Los seres humanos -como especie-, en algún punto, se situaron. Cada ser humano, en algún punto, se sitúa.
¿Crees, como yo, que nosotros -tú y yo-, que hoy vivimos en la cumbre y dentro de mil años yaceremos en las tripas de un planeta obeso, por fin nos hemos situado en dicho planeta? ¿Crees, como yo, que el planeta Tierra engorda -como nosotros- con el paso del tiempo? ¿Crees, como yo creía saber en México, que los ojos del futuro planeta Tierra serán nuestras visiones, que sus dientes serán nuestros huesos?
No me hagas mucho caso. No sé ni lo que escribo.